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Malditos erróneos pensamientos

17 Dic

Filosofía barata es lo que me propicia escribir esto hoy. Es una mezcla de irrisorio malestar conmigo mismo pero de paz y tranquilidad respecto a mi ser.

Siempre he partido de la base de que no puedo caer bien a todo el mundo, ni lo pretendo, vayan ustedes a pensar que busco lo imposible. Pero es que hay cosas en mí que no puedo remediar, y válgame Dios que ojalá jamás las cambie.

Yo soy una persona muy clara, lo meridianamente suficiente como para saber lo que quiero y lo que no. Y, por ende, no miento. No hay necesidad. Y esto es lo que hay, una transparencia implícita y sin remordimiento ninguno tanto para el que guste como para el que no.

Y aunque no pueda hacer nada, muchos de los que seguís el blog habitualmente me conocéis. Al menos, lo suficiente como para constatar una serie de cosas que os pueda llegar a dar la sensación a entender o simplemente que lo hayáis podido comprobar por tener una relación de amistad o roce conmigo (omítase la caída al terreno amoroso o sexual).

No puedo evitarlo, pero sí puedo poner un grito en el cielo que brilla ante mis ojos y mi camino. Y como la violencia tiene muchas vertientes ( y no es que me guste ninguna), y soy antifan de la física, utilizaré la brutalidad que las palabras provocan, en el impacto que de ellas se recibe al leer lo que uno expresa con la mayor de las indignaciones, de las emociones o de lo que cojones sea lo que digo.

Directo y al grano. Que perdemos mucho tiempo nadando entre paja buscando agujas imaginarias como para que venga yo a tocar más las narices y hurgar en esa molestia.

Yo, quién me conoce lo puede corroborar, me distingo por una cosa muy sencilla y altamente complicada: me dejo la vida por quién sea, con la honestidad y la sinceridad por bandera. Soy lo suficientemente estúpido como para que me engañes cien veces, pero lo suficientemente inteligente como para que lo hagas 3 veces solamente. Soy el terror que produce la idea de que me da igual conocerte de 5 días, que si he conectado contigo, y me da que vales la pena, no te faltará nada a mi lado. Nada que yo pueda ofrecerte. Nada que me proponga darte.

Pospongo mis planes por ti, desvarío en la nocturnidad de mi descanso buscando la pieza del puzzle que te permita ser más feliz, recorro el mundo con el corcel de la imaginación portándome a sus lomos si te sirve de algo, pierdo el tiempo que no tengo y la cabeza que me falta por verte sonreír, contagio alegría en favor de parecer un tonto demostrable en pro de tus sueños y hago favores sin pedir nada a cambio entre conocidos y personas como tú. Y lo más importante es que no espero que me dés nada a cambio, salvo saber que estás a mi lado.

Y por ello, me toca las narcies que gente que te conozca de tiempo, diga cosas cómo «has cambiado», «ya no te reconozco», «no queda nada de ti». Pamplinas. Es una minoría, pero te hacen replantearte cosas innecesarias que, en personas como yo, aunque me pase de una lado al otro del orificio auditivo y mi mente esté más que tranquila, nos tomamos como una revisión médica del ser interior y de lo que expresas y haces sentir a los demás para poder crecer y mejorar como ser humano. A mi me vale más que te dé confianza, y que te haga olvidar por un segundo los millones de problemas mundanos que nos invaden y devoran.

Si no consigo eso, no veo motivo para que me mantengas en tu vida. Es más, para que pierdas una milésima en pensar en mí. En odiarme, si prefieres. O en quererme, no merezco tal cosa. No necesito ni un mísero de tus recuerdos olvidados en un cajón. Ni necesito dar pena ni me vas a ver hacerlo. Porque yo no odio a nadie, básicamente porque siempre he pensado que odiar es dar una importancia superior a quién no se lo ha ganado.

Yo no he tratado mal a nadie (merecido o no), no he odiado a  gente, ni he hecho daño conscientemente al menos, y muchos y muchas me odian, aún lo hacen y lo harán. Pero sus acciones les delatan como personas engreídas, sin capacidad para superar situaciones adversas y con la certeza por mi parte de que no serán jamás tan felices como yo con esa forma de comportarse.

Pero, ¿sabéis qué?. Que si alguien puede decir que en algún momento le fallé, le dejé tirado, no quise saber de él o que, simplemente, no estuve ahí, que alce la voz. Que me lo grite y me golpee con la voz rotunda de la afirmación. Y mis amigos, mis primeros críticos tras de mí, lo podrán corroborar.

Siento el rollazo, pero hoy me tocaba soltar toda esta mierda que hay gente que se empeña en calificar como «decepción de persona». Cada vez estas cosas se asemejan al deporte, a mi preferido en concreto, el fútbol, donde se dice que no tiene memoria. Hay personas que no la tienen y serán castigadas con la peor de las pesadillas posibles: odiarme y no poder evitarlo y dejar de hacerlo; no poder contar con alguien que pone por delante lo vuestro antes que lo suyo. Mi mayor defecto es ese, pero si hay alguna virtud que tenga, que lo dudo seriamente, también es esa.

Lo dicho, y una añadidura, y es que apse lo que pase, yo soy Hugo Fuster. y siempre que me propongo algo lo consigo. Y veo un NO como un reto. A mí no me digas que no se puede hacer, que no lo puedo hacer, porque lo haré. Porque el Sol, como esta tarde, vuelve a salir siempre para mí. Y porque prefiero ser un tío entero y morir siendo yo que vivir degollado por lo que piensen cuatro tuercebotas del mundo mundial que no valoraron en su día ni en sucesivos lo que podían haber mantenido. Que el cementerio está lleno de valiente, pero la vida está llena de cobardes lamentables que no se atreven a ver las cosas como son por miedo a arrepentirse.

Todo esto, y dicho en serio, sin rencor, desde la más absoluta humildad y desde el más respetuoso de los cariños, moscas cojoneras en perpetuidad. Y espero que si no os llega esta entrada del blog, os la hagan llegar, para que os déis aludid@s. Que yo ya soy feliz, «amigos».

 

CONSEJO DEL DÍA:

«Yo no sufro de locura,

la disfruto a cada momento»

(Hoy así, sin anestesia)