…dice el refrán. Y yo que me abono a ello como a un clavo ardiendo. Y es que las celebraciones y los días de fiesta son para eso, para descansar y fiestear (que es un término que dudo exista pero que todos entenderéis su significado y connotaciones, seguro estoy). Pero para más historia, encima ayer fue el Día del Padre, San José, las fallas…ufff, mucha tela que cortar.
Y yo que quería hacerle un homenaje divertido a Papá Pepito, lo haré hoy, saltándome el habitual istrionismo de críticas tan propio de los Lunes o de los Martes, en su defecto. Espero me lo permitáis.
Hay personas que uno no elige que estén en su vida desde un principio. Algo así como que vienen de serie. Pero con el tiempo te vas dando cuenta que eso es de tal manera en muchos aspectos. No tenemos capacidad de decisión, de desbordar el escaso raciocinio que poseemos en tales circunstancias.
Pero conforme pasa el tiempo, llegado el mismo momento en el que la rebeldía llama a tu puerta, todo el cargo de conciencia, odio o desavenencias que hayas podido acumular se ciernen sobre esa figura y deseas apartarla de tu vida. Pero lo más normal, como en mi caso, es que eso no sea así, sino más bien unas ganas irrefrenables de disfrutar a cada momento de su compañía, de su caminar, de su fe en mí y de sus consejos y enfados. Es el momento en el que fluctúan mis recuerdos y sonrío.
Ése hombre, cuyo nombre ya dije antes y por el cual responde más que por el oficial, siempre ha estado velando por mí, no dejándome nunca abandonado a mi suerte, manteniendo la distancia cuando era necesario sin perderme nunca de vista, apareciendo cuando tocaba y estando a un margen cuando procedía. Ése hombre que ha luchado conmigo hasta la extenuación en los malos momentos, que ha tragado orgullo en miles de ocasiones, que ha mordido lengua y polvo por mi culpa, que ha sido santo y seña, guía, de un modelo de vida que él solamente quiere que yo supere. Ése que cuando uno duerme pensando en que todo está hecho, él empieza a preparar el terreno para que sea así y todo vaya más o menos rodado, que nunca se echa atrás en sus convicciones, que no rehuye la batalla cuando es de recibo librarla. Ése que me ha dado unos valores incalculables, una fuerza para ser yo inimaginable, una ilusión por cosas que ni sabía que tuviera y las ganas de ser mejor cada día como veo que trata de ser él. Ése que el día menos pensado aún te sorprende, que tras veintitantos años aún te cuida, sonríe, ama y sufre como cualquier otro. Y lo importante, se deja la piel por quienes quiere, por lo que sea.
Hay mil cosas que son suyas, y solamente suyas. Que me gustaría decirle que no fuera así siempre, a su manera. Pero soy tan similar a él, que a veces hasta le entiendo. Aún hay días que me sigue haciendo rabiar, pero me tranquilizo, pienso y para mí mismo me digo «lo has vuelto hacer, señor padre» para buscar en sus ojos el brillo que me dé a entender que está orgullosos de mí, que está feliz de la obra pintada por él mismo a través de sus enseñanzas.
Ése hombre que, impertérrito, nunca ha dejado de dar un paso junto a mí para hacerme mejor persona.
Gracias, colegui.
CONSEJO DEL DÍA:
«Al amor propio se le hiere; nunca se le mata»
(Henry de Montherlant dixit)